El fenómeno de la desaparición de personas en México ha impactado de manera significativa en las mujeres, como se ha reportado, ya que la mayoría de las personas que tienen el estatus de desaparecidas son hombres jóvenes. Muchos de ellos viven en el hogar materno o bien son matrimonios jóvenes que por lo general son quienes proveen económicamente a sus hogares.
Son las mujeres quienes reciben el primer impacto de la desaparición de una persona, madres, esposas, hijas y/o hermanas, quienes de inmediato salen a buscar a su ser querido. La madre busca a su hijo, la esposa a su esposo y la hija a su padre. Estas mujeres que solo estaban en el hogar, en el trabajo o en la escuela de un día para otro modifican radicalmente su rutina, ahora recorren calles, terrenos baldíos, arroyos, cerros, llaman a los amigos y familiares, recorren oficinas que antes ni sabían que existían, buscan en comandancias policiacas, en cárceles, en hospitales. Van a cualquier lugar que les pudiera dar una señal, atienden todas la llamadas que supuestamente les informan, por más inverosímiles que parezcan, incluso acuden a videntes y en varias ocasiones son víctimas de extorsión.
Este caminar las ha trasformado, en el camino se han encontrado a otras mujeres que igual a ellas pasan por lo mismo, reciben el consejo de qué tienen que hacer, que no te pase lo que a mí, señalan, que no te mientan, ve para allá, pon la denuncia, súbela al Facebook, se convierten en expertas en redes sociales. Las que hacen las recomendaciones ya pasaron por este calvario, de igual manera se inicia el impacto económico, toda vez que la persona que ya no está es el proveedor económico, por lo menos en cierta parte, hay que buscar cómo resolver esta carencia, tienen que empezar a buscar otros ingresos económicos, empiezan, por ejemplo a vender algunos bienes de los que se pueden disponer, no pueden hacerlo con los bienes inmuebles o cuentas de banco o pensiones a nombre de la persona desaparecida, ya que la persona no está localizada con o sin vida, no puede firmar o no hay un certificado de defunción; hay que iniciar el tortuoso camino de las declaraciones de ausencia o presunciones de muerte, se encuentran con juzgadores insensibles que en lugar de facilitar lo que la ley les obliga, ponen trabas, haciendo nugatorio un derecho conquistado por las víctimas.
En este recorrido, que inicialmente significa salir del hogar, para buscar, se encuentran a otras familias que como ellas padecen lo mismo, y es ahí donde se van tejiendo redes, se dan cuenta que no es un problema exclusivo de ellas, que hay otras personas desaparecidas en su colonia, en su ciudad. Finalmente se enteran que son parte de una tragedia nacional, que por miles se cuentan los desaparecidos, que han proliferado colectivos de familiares que se organizan y buscan a sus seres queridos, que buscan justicia, que no descansan, que sin proponérselo pero por una acción de hermandad, de solidaridad, de sororidad, ya no solo buscan a su familiar, ahora también buscan a los familiares de otras mujeres, que ya no solo exigen que los encuentren, también exigen justicia, salen a la calle a protestar, acuden a talleres, han aprendido que tienen derechos, que tienen derechos humanos, ahora exigen que se respeten los derechos de ellas y de la de las demás, ahora también abrazan y dan consuelo, ellas que estaban en el hogar salieron a buscar, ahora emergen como Defensoras de Derechos Humanos.